Mi alma continua sin descanso hasta no satisfacer sus más puros deseos guardados en el secreto de ella misma...

domingo, 5 de abril de 2015

Hay que pensar

"¡Oh Sócrates! Nosotros te absolvemos si nos prometes no hablar más... -Oh jueces atenienses, yo os amo; pero tengo que obedecer a mi demonio" (Platón).

Los argentinos, cuando uno hace cualquier observación o teoría, preguntan ¿qué hay que hacer? Acostumbrados a las recetas, esperan enseguida la recetita.
Así pues que yo voy a acabar diciendo lo que hay que hacer:
Hay que pensar, hay que ejercitar la razón pura. Pero es que nosotros no queremos pensar. No podemos pensar, aunque quisiéramos. En la escuela nos suprimen la pensadera. La pensadera del argentino, que no es mejor ni peor que la de cualquier otro, es sometida a un tratamiento sutil y diabólico desde el comienzo, desde su primaria, por la secundaria, hasta la universitaria; su mente es encumbrada, despistada, patinada, bloqueada, excitada en vacuo, lanzada a pistas falsas, dispersada en la frivolidad, fatigada por cambios continuos de "materias", desesperada por metas imposibles, anemiada por falta de nutrimiento, edematizada con alimentos falsos, y finalmente, dorada por fuera con los oropeles de la presunción, la temeridad, y la pedantería.
Nuestra "enseñanza pública" profesa tres cultos fetichistas:

el culto de la precocidad
el culto de la practicidad
el culto de la posticidad

Nuestra enseñanza, tan orgullosa de la muchedumbre de sus programas, cambiados por cada ministro, se equivoca. En el fondo, no hay más que un solo programa, fabricado en el infierno en colaboración entre Sarmiento, Maquiavelo y lord Jorge Canning. El programa sintético y definitivo es "impedir que el argentino pueda pensar".




Leonardo Castellani en "Las Ideas de mi Tío el Cura"

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